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Hay situaciones de nuestra existencia que producen un doble efecto. Por un lado, el impacto alegre o infeliz, innato a todo lo vivido. Del otro, si la experiencia no es de especial trascendencia, prosigues tu caminar sin mayores problemas. Pero cuando aquello que experimentas es, abrumador, provoca una fuerte sacudida, y con ello la alteración de tu psique, que se detiene en aquellos instantes, impidiéndote avanzar.

 

Te quedas anclado en un tiempo, un lugar, en una o varias personas, una sensación, en un sentimiento; el mundo gira, tu cuerpo actúa por inercia, pasan los días; duermes, comes, trabajas, pero no evolucionas, tú sigues allí, en un bucle del que no sales, al que siempre vuelves, porque está continuamente presente y siempre hay algo que te lleva de nuevo a él; no puedes escaparte.

 

Tu vida se ha detenido de golpe, aunque prosigue en lo esencial; revives unos instantes felices, te hace daño volver, por aquello que pasó y ya no tienes y, al mismo tiempo no quieres irte; darías una parte de tu vida por conservar y atesorar, para que siguiera manifestándose, experimentarlo una y otra vez. Solo unas pocas cosas cambiarías si tuvieras esa fortuna.

 

Y, con tu congoja a cuestas, no sabes que hacer, ni siquiera tienes tu propio libro de instrucciones, que te permita reconducirte para continuar, abandonar esa órbita emocional y fluir hacia otro destino o, de forma sencilla, proseguir tu vida, con la conciencia completa, ser libre para posar tu mente en aquello que haces, vivir el presente, no sólo existir.

 

A veces crees haberlo superado, pareces ser consciente de tu presente, estás plenamente lúcido; de pronto algo te impacta: una imagen; noticias, cualquier cosa altera tu pequeño momento de escape, te sumerges de nuevo en esas dos realidades, tu día a día y la ensoñación que se adueñó de ti, y te atrapó en un segundo.

 

Un día lo aceptas, das por bueno lo que llegó y, con la pena de lo acabado, comprendes, sigues adelante. Otro, no puedes con la vida, con el presente, no estás para nadie, odias al mundo, no comprendes que, algo bueno que te ha ocurrido, el destino te lo quite al poco de empezar a disfrutarlo, como una de sus ironías… «aquí lo tienes, pero no te acostumbres que, me lo voy a llevar en nada…» y, cuando llega esa realidad que no nos gusta, volver a lo de antes, lo de siempre, es una carga dura de llevar y asumir, porque perder la perspectiva es tan fácil…, negar la realidad es el siguiente paso, el tercero es perder el control. 

 

Hubo una vez lugares de gran belleza, el precioso mar, una gente con ideas y sentimientos comunes, unos exultantes días, y algo maravilloso que no regresará. Me embarqué en una aventura, reí, lloré, y viví toda una experiencia. Traje en mi equipaje ciudades, miles de fotografías digitales y mentales, personas y un sinfín de relatos. Ahora, pasados unos meses, sigo guardando cuanto aconteció y, atesoro personas que se quedarán en mí, o se irán, si ese es su deseo.

 

Un poeta escribió que ningún hombre es una isla. En ciertas ocasiones lo somos, cuando navegamos sin rumbo, nos vemos incapaces de apartar los escombros que se amontonan a las puertas de nuestra vida, y no queremos admitir que necesitamos de los demás, o que a veces, lo que nos aprieta el alma es tan asfixiante, que es preciso que alguien nos dé aire para poder respirar.

 

Hubo una vez una reunión de islas, surcaron la mar unidas y vivieron una travesía inolvidable. Compartieron alegrías y penas, historias, cantidad ingente de risas y momentos entrañables, se forjaron amistades y, cuando su aventura terminó, cada cual decidió que guardaría entre sus recuerdos.

 

Yo, una isla más, retendré con cariño en mi memoria, todo lo bueno que me deparó mi particular odisea. Guardaré un tapiz de recuerdos, imágenes, personas y lugares, dando gracias por este capítulo de mi historia.

 

De mí para todas las islas. 

 

Los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, las cosas que eres, las cosas que no quieres perder. Anónimo

 

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