Es el día Internacional contra el Cáncer de mama, una fecha que conmemora la lucha incansable de tantas valerosas mujeres (hombres también, el cáncer no conoce de sexos) que han batallado contra esa terrible enfermedad y, que lejos de desaparecer, desgraciadamente, continúa aquejando a personas de todas las edades. Una enfermedad cruel que se ha cobrado millones de vidas en todo el planeta; si bien los adelantos en medicina han conseguido que se salven muchas vidas, queda mucho para lograr que algún día se acabe con tanto dolor y sufrimiento.
Para mí es un día especial, 19 de octubre, el cumpleaños de alguien muy importante en mi vida, a quién perdí, no por el cáncer, hace casi 5 años: mi ángel, Teresita…. Mi madre.
Una mujer con sus luces y sombras, con virtudes y defectos, pero también a su manera una luchadora, que vivió en un tiempo en el que las mujeres quedaban relegadas, en su mayoría, a estar en casa, cuidando de los niños, sometidas a un sistema machista, denigrante y degradante para el sexo femenino, sin independencia económica, en el que prácticamente eras una propiedad; primero de tu padre y posteriormente de tu marido.
Vivió dos dictaduras: una política en la cual, había pocos o ningún derecho, las mujeres ni siquiera tenían el «privilegio» de denunciar las agresiones físicas, psicológicas o sexuales que se producían en el seno de sus casas. La otra, la de una sociedad rancia, que callaba y miraba para otro lado, en la que se veía con buenos ojos ese sometimiento, dando la espalda a tan terrible verdad. Ahora entendemos que esa vida, los comportamientos machistas y la falta de derechos, es una forma de violencia y acoso contra la mujer. La vivió tanto mi madre, como todas las mujeres de una época, no tan lejana de la historia de este país.
Y después de superar los años oscuros, de lograr la democracia y con ello los tan ansiados derechos de la mujer, algunas cosas no han cambiado tanto. Las mujeres continúan siendo maltratadas, porque hay quién persiste en la teoría de que eres una propiedad, al igual que su coche, su móvil, o el televisor… un objeto más: «eres solo mía y de nadie más». Las sociedades avanzan, pero ese germen y poso sigue ahí, para recordarnos que aún queda mucho por hacer, a pesar de todo, la pelea no ha terminado.
38 mujeres han sido asesinadas en España en lo que va de año, millones en todo el mundo. Y Dios sabe cuántas han sido agredidas, sufriendo de por vida las secuelas que les dejó alguien, que se creía con un derecho, un ser superior; será una cifra tan impactante que no se cuantifica. Detrás de cada una de sus trágicas experiencias y muertes, hay una historia desgarradora.
Parece irracional, que alguien a quien una vez se amó por encima de todo y, que era el centro del universo, se transforme en verdugo, un monstruo que convierte la existencia en un infierno, te agrede y acabe con tu vida, o también inflige el mayor de los sufrimientos que puede haber en la vida de muchas mujeres, la violencia vicaria, en la que los niños son tristes protagonistas de alguien mal llamado padre, quien los asesina para asestar el golpe final a su pareja.
Y cada vez que alguna alimaña arranca la vida a otra mujer, aparece el político de turno, hombre o mujer, ministro, alcalde…, qué más da, con cara de compungido, a la puerta de un centro público, probablemente con la esperanza de que dentro un tiempo, o sea, cuando lleguen las elecciones, se acuerden de su «bienintencionado» gesto y le sirva para ganar unos votos.
Se habla de los programas de prevención como el logro de la época y, se anima a las mujeres a denunciar, aún cuando los gobiernos saben que, en muchos lugares no se cuenta con los medios precisos, para acabar con esa lacra y, que mujeres inscritas en esos programas, siguen sufriendo la violencia o siendo asesinadas.
Mi post no es un alegato contra los hombres. Condeno y detesto cualquier tipo de violencia independientemente del género de quien la ejerza y el que la padezca. Tampoco voy a omitir que hay hombres asesinados por sus compañeras sentimentales y, desgraciadamente la violencia vicaria se ha perpetrado por también mujeres.
Nuestras madres y abuelas lucharon, y allanaron el camino para lograr los derechos de los gozamos hoy. Ellas lograron esa fuerza de sus antecesoras. Es nuestra obligación continuar esa gesta, a fin de lograr que las generaciones venideras transmitan y llegue el fin de la violencia de género en una sociedad igualitaria.
Este es mi pequeño homenaje para quienes luchan contra el cáncer, para aquellas mujeres que perdieron la batalla contra la enfermedad, las que sufren violencia de género, las que murieron a manos de sus parejas y, por supuesto, para mi madre. Con mi cariño.
Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con los hombres, sino libres en sus capacidades y personalidad.
Indira Ghandi