Es curioso ver que el paso del tiempo cambia nuestra percepción de las cosas y, la experiencia vital se altera. De acuerdo con ella, se adoptan decisiones que pueden o no ser acertadas; e igualmente, cómo una misma situación, no produce idénticos resultados en las personas. Con ese criterio, quiero escribir por qué en cierto momento adoptamos la decisión de lanzarnos a ese mundo “fácil” de las páginas de contactos. Me convertí en una mujer en Internet.
Siempre que nuestra vida sufre un cambio brusco de cualquier índole, se produce una reacción que nos invita a aventurarnos en algo que jamás nos hubiéramos atrevido. Que produce reparo, o simplemente decidimos dar un giro, salir de nuestra zona de confort y probar algo nuevo.
En esa premisa, hombres y mujeres precisamente al sufrir uno de los grandes males del ser humano, como es una ruptura sentimental, (separación, divorcio o enviudar); la mayoría de los afectados termina inscribiéndose en páginas para hacer amigos o buscar pareja.
Mi experiencia tiene dos partes, bastante apartadas una de otra en el tiempo:
Primera incursión.
Recalé en una página muy anterior a Facebook. Conocí gente estupenda, hice amig@s, viajé por España se hicieron quedadas. En gran medida, sirvió para aliviar el doloroso proceso de divorcio muy conflictivo.
Tan bueno fue aquel “descubrimiento” que después llegó el momento de atreverse a dar un pasito más. Animada sobre todo, por las incipientes relaciones que florecieron entre miembros del grupo. Algunas de las cuales terminaron tiempo después, en un nuevo y más estrepitoso divorcio. Entonces piensas ¿y yo por qué no?
Aquello supuso un antes y un después en mi percepción de tanta magia cibernética. Cuando descubres la cara más peculiar de los sentimientos humanos: como se puede cambiar tanto en nuestra propia personalidad.
Es como si el registrarse en un sitio web produjera tal distanciamiento de nuestro yo y, del mismo modo que si nos desprendiéramos de la ropa, abandonamos la cortesía, la corrección, los condicionantes sociales que se entienden en la interacción con otras personas.
Pero volviendo al principio de mi singladura, recorrí Internet en busca de la página adecuada. Algo no muy difícil en aquel momento, en el que no se anunciaban por televisión y el mercado lo copaban solo unos pocos nombres.
Una vez elegida la correcta, entras, te describes con tus mejores cualidades y atributos. Buscas esa foto donde luces radiante y maravillosa: hay que mostrar tu mejor cara a ese mundo, donde por arte de pulsar unas teclas, aparecerá el príncipe azul que te haga tocar el cielo de felicidad.
¡Hola a tod@s, soy Cris, he llegado!
Encuentras todo tipo de gente, quienes están en el mismo momento y lugar que tú. Personas que necesitan una segunda oportunidad en la vida y entran con el deseo de encontrar pareja. Aquellos que muy heridos solo quieren divertirse, como gato escaldado huyen del compromiso y buscan relaciones fugaces, un “aquí te pillo” y a por el siguiente candidato. Totalmente respetable, siempre que haya comunicación y tod@s tengan claro lo que hay.
También aparecen casados que intentan tener relaciones esporádicas, con mejores o peores artes. Es decir, quien lo confiesa abiertamente, no promete nada y pone las cartas sobre la mesa. Y, los que engañando no solo a sus cónyuges, quieren engatusar a cualquiera que les guste, con objeto de llevársela a la cama; añadir una muesca más donde quiera que la graben. Desapareciendo después para buscar a otra nueva incauta.
Para ser sinceros, en aquel momento yo no tenía muy definido qué quería sacar de todo aquello. Era un poco todas esas personas, con la excepción de no ser casada. Necesitaba sentirme bien conmigo misma, quería huir de todo lo que me pasó, tener mi oportunidad, divertirme, darme un homenaje…
Te van entrando: unos te gustan, otros no. Empiezas a ver que no todo es tan bonito, que algunos ni siquiera tienen en persona ese bello rostro que con orgullo lucen en la Web, más bien lo tuvieron hace algunos años.
Aguantas porque tú, no te fías de nadie después de tu tropiezo sentimental, te dices que no todo el mundo va a ser malo, destierras tu escepticismo hacia los hombres. Con ese mantra, pasan las semanas, los meses, te cambias de página. Lo sigues intentando, no te dejas vencer.
Acabas agotada, agobiada y desencantada de tanta hipocresía. Sufres una decepción total que te lleva a echar el cierre, eliminar tu presencia de esos lugares, mantener un perfil bajo.
Te registras en un Facebook, donde eres un alma más, no existe esa voracidad y sigues mostrando al mundo que eres un ser humano con algo que ofrecer a los demás; aunque sea a golpe de dar “likes” a diestro y siniestro. Al final te centras en el mundo real y terminas saliendo de las redes.
Segunda incursión.
Pero…. el hombre y la mujer tropezamos dos, o diez veces con la misma piedra. Con esa memoria frágil que algunas cosas olvida, animada por amigos; sintiendo el peso de cierta soledad y los años que no perdonan, vuelves a ese mundo pasado mucho tiempo. Piensas que pudiera ser mejor que antes; hay infinidad de personas en tu misma situación. La sociedad es más madura intelectual y físicamente.
Y, como mujer prevenida vale por dos, recordando levemente aquella mala experiencia de tiempo atrás, eliges una página “discreta”, donde la reseña principal es hacer amigos; exactamente lo que tú buscas. A base de eventos, viajes, excursiones, etc. fomentan que sus miembros se conozcan. Cada un@ optará por la relación que más le apetezca.
Rápidamente te registras, rellenas algunos campos, no es necesario dar demasiada información. Esta vez es distinto, vas más despacio. Primero quieres observar así que, como manda la prudencia, no buscas ninguna imagen tuya maravillosa. Tu fotografía es de un gatito, una flor, un paisaje. Algo sencillo; ya habrá tiempo para dejarse ver.
Empiezas la excursión por la página, estás serena y tranquila, protegida por esa privacidad de ser completamente anónima. Nadie te ve y puedes explorar plácidamente qué hace la gente; las actividades que hay. Confías haber hecho algo bueno, volver a salir otra vez de la concha y decirle al mundo:
¡Hola, he vuelto!
Más la alegría dura muy, muy poco… Toda página que se precie tiene un chat, para que sus miembros hablen y se conozcan en un entorno privado.
Recibes un mensaje: la innata curiosidad por leer qué nos han escrito, hace que lo abras. Alguien te saluda. contestas; educación ante todo. Después de las tontunas de rigor para romper el hielo, empieza el interrogatorio:
—¿de dónde eres?
—¿de qué zona?
—¿en qué trabajas?
—¿tienes hijos?
—¿fumas?
—¿haces deporte?
Así continúa la retahíla; en la que un desconocido pregunta y tú te limitas a responder.
Aunque no te agrade, te regañas; te convences de que no puedes ser borde. Estás aquí para hacer amigos; te dices que es lógico que la gente haga preguntas para conocerse. A pesar de que, con tanto interrogatorio, tú no has realizado ninguna.
Una y otra vez se te acumulan los mensajes ¡Dios mío, el Messenger ha vuelto y yo no me he enterado! Intentas contestar a todos. Al cabo de un rato, tu paciencia, el estrés, ciertas cosas que lees; hacen que te vuelvas práctica y selectiva con los mensajes. Obviamente lo que puede resultar agradable, como una conversación, se tornará en lo contrario con solo unas palabras…
Poniéndonos en situación: tú eres alguien que escribe en un chat. No tienes fotografía (y aunque la tuvieras, puede ser de cualquiera). Nadie te ha visto; puedes ser guapa, fea, delgada, curvi, la Diosa de Ébano o un Orco de Mordor. Empiezas a leer todo tipo de insinuaciones, unas discretas y otras absurdas, groseras; las hay absolutamente asquerosas.
Todas tus sensaciones son malas, ves lo peor de mucha gente, que se ampara en el anonimato de una pantalla para poder expresarse de forma infame e incluso cruel.
Después de un nuevo tropiezo, esta vez no pasan meses, ni siquiera semanas. En unos pocos días bajas la persiana, desapareces con el mismo anonimato con el que llegaste. Ya no eres la misma persona de hace años, el disco duro tiene más experiencia, mala o buena, pero al fin y al cabo, es tu vivir.
Esta vez tampoco ha podido ser. Ahora no dices, “nunca mas”, ni siquiera lo piensas, porque… nunca se sabe.
No quisiera terminar, sin destacar que a grandes rasgos y sin entrar en detalles, que convertirían este post en una novela, esta es mi experiencia.
Hubo momentos donde lo pasé muy bien chateando con gente, aunque después no volviéramos a contactar. Yo también he podido cometer errores y, no a todo el mundo le ha ido igual. Conozco el lado bueno de todo esto, traducido en una pareja que se conoció por este mundo virtual y se casaron. A día de hoy, son dos tortolitos, después de años de matrimonio y un amor que parece no tener fin.
Mi historia tiene que ver con hombres, pero habrá miles de ellos que hayan sufrido iguales experiencias. El mundo de las páginas de contactos no conoce de sexos para mostrarse divertido, idílico o nefasto.
¿Me cuentas tu experiencia?
