Nuestro idioma, rico en palabras y matices, posee una gran variedad de vocablos para describir un mismo objeto, concepto, etc.
Todos tenemos palabras favoritas, bien por su significado, o por su sonoridad; pero también hay otras que por el mismo motivo se odian. La mía se llama INCERTIDUMBRE.
Sin entrar en cuestiones técnicas o filosóficas, ya que no soy lingüista, solo una pobre alma que aporrea un teclado escribiendo lo que le sale, descargando su cabeza, o simplemente para utilizarlo como terapia, quiero escribir lo que significa para mí, lo que ha representado siempre en mis vivencias y, por qué he terminado aborreciendo dicho vocablo.
Hace no muchos días, una maravillosa y sabia mujer, me hablaba precisamente de este concepto, así que, en mi siguiente incursión al portátil, recuperé un bosquejo de lo que será mi post, que curiosamente llevaba tiempo abandonado.
Como persona ávida de saber y, sobre todo de mantener el control sobre mi vida, el desconocimiento y la duda que plantean determinadas situaciones, me provoca una desazón, que en ciertos momentos es imposible de explicar.
Cuando la incertidumbre afecta al ámbito estrictamente personal, ya sea en temas de salud o cualquier otro que nos afecte directamente, se convierte en una carga difícil de llevar. Ese periodo de espera, hasta que tenemos confirmación de la alegría o el desastre, es bastante perturbador.
Pero…. Siempre hay un pero, todo aquello que tiene que ver con las relaciones interpersonales, es aún peor.
Cuando el objeto de tus desvelos tiene unos ojos por los que te perderías toda la temporada de «Juego de Tronos», y por qué no? también te perderías tu para desgracia del cielo; el humo que echas cuando piensas en él deja reducidos a simples cerillas a los dragones de dicha serie y, de ello depende una llamada, una visita, un viaje, o un triste WhatsApp, la incertidumbre marca límites insospechados, así como todo tipo de comportamientos extraños:
Limpiar la cocina, arreglar EL ARMARIO, o terminar con todo lo dulce que haya por casa, en el mejor de los casos.
Los más graves incluyen:
Romper todas las figuritas que se crucen en tu camino; llorona inconsolable durante una tarde; abrir esa botella de vino, que te lleva acompañando un tiempo sin abrir, o llamar a alguna amiga y ponerla al borde del mismo suicidio, si tiene que escuchar un minuto más tus desventuras, con tal o cual persona…
En esa necesidad que tenemos de saber lo que nos va a acontecer, si vas a recibir esa llamada o contacto que deseas, si te ocurrirá algo bueno u horrible, y quieres saberlo ya, (porque tus uñas no van a soportar ni un mordisco más), sin tener que esperar semanas, días u horas, es algo que, por muchos años que tengas, si eres un espíritu alborotado, nunca vas a aceptarlo, te seguirá consumiendo la impaciencia.
También hay una pequeñísima opción que los «culos inquietos» nunca hemos contemplado: y es DEJARLO FLUIR, porque no puedes hacer nada, porque no eres la Bruja Lola y tampoco lees mentes, o tienes el poder para que la gente te llame, o provocar los acontecimientos.
Lo que tenga que llegar lo hará y será bueno o un cataclismo, habrá que aceptarlo y vivir con ello, o sea, una lloradita y a seguir existiendo…
