Hoy lo haré de política

Creé mi blog con el propósito de hablar de aquellas cosas que siento, pienso y de mi bagaje como mujer. Sin ser una experta, opino que la consigna de no hablar de política, fútbol o religión es lo idóneo para no entrar en controversias.

De fútbol, ni me interesa ni hablaré, si no es únicamente para expresar el disgusto que me produce su mundo de cifras escandalosas; todo ello con el máximo respeto para quien le apasiona. La religión es otro que no tocaré aunque tenga mis reservas y objeciones; tal vez algún día, con la prudencia debida, si lo haga.

Pero hoy lo haré de política, ya que, obviamente, la situación de crispación y el discurso de sus integrantes afectan a todo el país.

Me mueve el simple espíritu ciudadano, de quien acude a un colegio electoral votando de la forma que creo mejor a mis intereses y los de mi país. Concurrimos a ejercer un derecho, ansiando que la formación ganadora, logre el progreso, la concordia y convivencia de sus ciudadanos en un estado democrático; aplicando políticas adecuadas para el bienestar y la evolución de su sociedad.

Entrando en la situación actual.

El cúmulo de noticias sobre escándalos, corruptelas y la inactividad de nuestros gobernantes para acabar con esa lacra, hacen que hasta los que odiamos la política y sus entresijos, entremos también a valorar si los elegidos en las urnas, merecen el honor que les hemos entregado.

Pero este grupo de macarras, mamporreros de medio pelo y pistoleros de toda índole ideológica, son nuestra cruz y vergüenza nacional. Asisten (cuando lo hacen) a las Cámaras, Asambleas o Ayuntamientos a insultar y echar más leña al fuego de la crispación, que es lo único que nos gobierna en el momento actual. Solo crean y dispersan fango.

Y hablando de fango… Aluden y entonan el vocablo para atacar al rival, como si ellos estuvieran libres de pecado. También suena mucho la palabra “cloacas”, con los mismos motivos y adjudicatarios. Tristemente, hay que decir que la mayoría de nuestra clase política debería de llevar esos dos calificativos, pues son expertos en la materia.

Se siente vergüenza de estos personajes, que pregonan a los cuatro vientos su presunta honradez, cuando tiempo después y a golpe de hemeroteca, solo se demuestra su verdadera cara. La impudicia y podredumbre de nuestra actual clase política, es digna de hacer una película.

Los entresijos de la política.

A cualquier persona que opte a un puesto público se le exigen una serie de requisitos propios del puesto a desempeñar. En nuestras Cortes han entrado elementos sin cualificación ni valía alguna. Se ha dado un acta de diputado a gente cuyo “mérito” es el ponerse un traje ridículo, y torturar a un animal hasta matarlo.

Cómicos, actores y todo aquel que tenga un amigo bien relacionado que le enchufe para conseguir el escaño, lo ha logrado sin preparación alguna y a vivir del cuento.

Promesas incumplidas.

Nos prometieron una y mil veces eliminar los afloramientos y “que la justicia sea igual para todos”. Una vez que llegan al poder olvidan sus juramentos. Se blindan y acorazan unos a otros, bien porque son de su cuerda, porque llevan corona o por miles de motivos y causas injustificadas.

Uno de los protagonistas desconfiaba de otro elemento; le quitaba el sueño. Pero cuando vió peligrar la silla, lo nombró Vicepresidente, dueño y señor del CNI. Cuando este último se aburrió de ser político, desapareció para montar un bar… Todo ello dejando a su señora colocada, primero como ministra y después en el Parlamento Europeo que paga mejor.

Tiempo antes de convertirse en amo absoluto de la política patria, nuestro protagonista fue desgañitándose por todo el país, un mitin tras otro, con la promesa estrella de derogar la Ley de la Reforma Laboral, que criticó con fiereza en el Parlamento y a la que se opuso tenazmente. Sería la primera decisión a adoptar una vez conseguido el cargo.

Pues bien, la primera decisión una vez que tomó posesión del puesto y del casoplón que lleva aparejado, fue comprar un colchón…. ¿Me lo he inventado? No, hay prueba gráfica de ello, plasmada sin pudor en el libro de sus memorias.

El precio de la libertad.

Y en aras de la libertad y la democracia, hemos dejado entrar en las instituciones y gobiernos a los nostálgicos del antiguo régimen, a quienes solo les falta cantar el “Cara al Sol” en plena calle. Niegan el cambio climático, la violencia de género y, de poder, nos mandarían a todas las mujeres a fregar, con el cinturón de castidad “forjado a fuego”.

Se utilizan sin piedad en beneficio propio todas las instituciones del Estado. Del mismo modo, ruedan cabezas de cualquiera que ose meter las narices e investigar los trapos sucios de quien ostente el Gobierno o de sus amigos. La crítica dentro de las formaciones políticas ha muerto.

La injerencia de los gobiernos en todos los ámbitos es escandalosamente manifiesta. Olvidaron la independencia del Poder Judicial, politizada en grado máximo, y la de aquellos estamentos que deben obrar con libertad para el ejercicio de su función.

Todo ello, cuando la Unión Europea requiere continuamente la despolitización de ciertos organismos, para su funcionamiento con total independencia.

Claros ejemplos de la política actual.

Los españolitos de a pie nos movemos en un panorama en el que circulan novios que defraudan al fisco, áticos de lujo y dudosa procedencia, ¡y vaya Vd. a saber que más porquería saldrá! Hermanos que no van a trabajar y viven en otro país. Delincuentes que huyen y luego reclaman amnistías, presuntos depredadores sexuales, puteros, corruptos y demás gente de “bien vivir”.

Se presume de honradez y pundonor, a la vez que nos paseamos en el yate de delincuentes condenados por narcotráfico. Olvidan que sus compañeros y su partido fueron condenados por diversos delitos; derrotados en una moción de censura, cuando el hedor de la basura era insoportable.

Quien desaparece durante horas, mientras los conciudadanos se ahogaron en sus casas y coches en un desastre sin paliativos. Se pudieron evitar cientos de muertes; pero al parecer, había cosas más importantes. Continúan aferrados al cargo cuando la gente clama en las calles por su dimisión.

La herencia.

Érase una vez un país que vivió cuarenta años de oscuridad, en el que no existían los derechos humanos. El machismo y la intolerancia eran nuestra bandera, junto a una cruel represión de todas las libertades, ni signo alguno de democracia.

Una vez muerto el tirano dictador, se construyeron las bases para forjar una democracia y sacarnos de aquella podredumbre. El correr de los años han conseguido grandes avances, tanto en igualdad, derechos de los trabajadores y libertades, tan anhelados como necesarios.

No obstante, todo ello se ha obtenido a un alto precio. La corrupción y los saqueos del dinero público se han convertido en principal afición de muchos de cuantos han llegado al poder.

Otro precio a pagar.

Nos impusieron a golpe de Constitución la forma de gobierno y persona que formaba parte de los anhelos de un dictador. Alguien cuyas prácticas más que cuestionables le llevaron a la abdicación.

En la mente de nuestra sociedad política no cabe la remota posibilidad de que el pueblo vote si desea continuar con ese sistema o prefiere cambiarlo. Uno de los muros más difíciles de derribar.

En su discurso político actual, parece que persigan volver a los turbios años de las dos Españas que quisimos desterrar. Divide y vencerás es el lema de la guerra, no el de un pueblo que quiere vivir en paz. El mantra del “y tú más” está omnipresente en sus intervenciones, la solución a los problemas del país, no.

La solución.

Estamos cansados y hastiados de promesas vacías, lecciones de moral de los que luego meten su basura debajo de la alfombra para afianzarse en el poder, de pláticas que no llevan a ningún sitio.

Queremos gobernantes honrados y eficientes.

Necesitamos sangre nueva, y vientos de cambio.

Tampoco es una opción, que ese cambio sea de signo ideológico. Es un problema sistémico que no conoce de colores o doctrinas; que afecta a toda la esfera política.

Es preciso que todos los que han creado la situación actual se vayan. Desaparezcan de la escena pública. Queremos personas que encarnen voluntad de servicio y entrega a los individuos que les dan su confianza.

Que se haga crítica constructiva; se expulse y juzgue de forma imparcial, a todo aquel con sospechas fundadas de comportamiento irregular, sin obstruir la labor de las investigaciones.

Las instituciones deben ser claro ejemplo del comportamiento de un país y su sociedad. Con la pérdida más elemental del discurso político, que se ha convertido en lenguaje socarrón y grotesco, son un claro ejemplo de lo que deberíamos desechar.

Lo conseguiremos? Quizá algún día…

Silueta de persona arrodillada ante la luz, reflexión sobre la crítica política y la esperanza de cambio en un paisaje brumoso de amanecer.

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