El viento tropical

Un día cualquiera de un tórrido verano, llegó a mí un viento tropical. Tenía una brisa cálida y fresca a la vez. Era de esos aires veraniegos que proporcionan una grata sensación. Tal era el calor del momento que, después de presentarse y saludar, el viento decidió partir a refrescarse. Hasta los aires más avezados deben aligerar su carga, si no quieren terminar en borrasca.

Por momentos sus rachas eran calientes, incluso abrasadoras y, a la vez agradables. A pesar de su elevada temperatura, se podía pensar que este viento era osado, soplaba muy atrevido. Pasada la sorpresa inicial, mi intuición me dijo que no me resguardara y disfrutara de su encanto; aquel encuentro brindaba algo divertido.

Siguió fluyendo en los días siguientes, unos más liviano, otros más activo, dejando a su paso la tibieza y el frescor de los que hacía gala desde su llegada.

Una tarde el viento tropical se presentó de improviso, con todo su esplendor. Le gusta sorprender, así son los vientos; pero él es el maestro de la improvisación.

A veces retorna, y otros viaja a distintos lugares con su lozanía, donde disfruta de la alegría que provoca en los demás con su presencia. Puede visitar a otra persona, a dos o más, o incluso a un grupo. Cuando lo que se persigue es tan excitante, el número no es ningún tabú.

No es altivo: puede ser sofocante como un siroco, fuerte como un alisio o húmedo como un levante. Con su experiencia podría adoptar distintas formas, pero se presenta natural. Tampoco es sutil: alguna de sus ráfagas te alborota el pelo, la ropa, todo… El murmullo de su aliento tiene esos efectos. Sopla enérgico si piensa que es el momento adecuado; a veces se escapa un ramalazo de ternura, disimulado y breve —como es todo lo bueno—.

En su atmósfera hay cierta insolencia, que te lleva a preguntarte qué pensará este aire, cuando sonríe de forma pícara y desvergonzada, ¿será bueno? ¿tal vez no? Posiblemente se rompería la magia del momento al gozar de esa certeza.

El viento tropical no tiene dueño, vaga solo por el mundo, dejando su aura donde quiere. Llega, entrega su frescura y se va. Volverá, si su deseo es hacerlo; pueden pasar días o semanas. Nada ni nadie lo retiene. A lo mejor no vuelve, quién sabe.

Si aparece ante ti no intentes retenerlo, adora su libertad; respeta su carácter aventurero y déjalo ir. Tal vez, seas tú quien entiendas que es el momento de decirle adiós y desearle un buen viaje en otras tierras. Con el viento tropical, todo es posible.

Quizás en su largo recorrer, se sienta solo, probablemente así sea; en su brisa se aprecia un punto de tristeza, pero los vientos no hablan de esas cosas; ellos han nacido para vagar así por el mundo, y no seré yo quien lo incomode con tales preguntas.

Despejó las nubes y nieblas que poblaban mi cielo, llevándoselas y, haciendo con ello, un firmamento abierto y despejado. Acabó eliminando la contaminación de mi tierra, los humos tóxicos que respiraba desde hacía un tiempo. Dejó una nueva estela de pensamientos fluidos. Me liberó de ataduras que imaginaba tener.

Con el horizonte limpio y sereno es más sencillo el camino; puedo permanecer resguardada en mi pequeño mundo, o recolectar las experiencias que mi alma inquieta me exija, poseerlas y gozar de todo cuanto quiera emprender. Hasta podría seguir sus pasos y transformarme en un airecillo juguetón, todas las posibilidades están abiertas ahora.

Sea como fuere, hay que dar gracias por lo que trajo y se llevó; por su presencia, sus visitas, las ventoleras ardientes, el aire fresco y la cálida brisa. Un conjunto variado y potente de la más sorprendente meteorología.

Silueta de mujer cuyo largo cabello ondea al viento azotado por el viento tropical

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