Un día y a una hora cualquiera un país se apagó de forma súbita. En un instante, la apacible vida de millones de personas quedó en total oscuridad, a pesar de brillar el sol.
Al detenerse el suministro eléctrico, lo hizo un millar de pequeños detalles. Lo corriente, esas cosas a las que no damos importancia por su cotidianidad, y no reparamos en lo necesarias que son, también quedaron en suspenso.
De la sorpresa, al nerviosismo y el caos
Conforme pasaba el tiempo, la despreocupación inicial dio paso a la intranquilidad al darse determinadas informaciones. Y después, constatamos que la tecnología que creemos infalible y nos protege, nos dejó colgados. Entonces añoramos todos aquellos cachivaches que hace años habíamos desechado, reflexionando sobre la posibilidad de volver a tenerlos, por si acaso.
En muchas ciudades se produjo un tremendo caos. Sin los principales transportes, la señalización y las comunicaciones, grandes aglomeraciones de tráfico y los consiguientes atascos, no se hicieron esperar.
Se hizo la luz
Pasadas muchas horas, al llegar la noche, se hizo la luz. A pesar del desconcierto en las grandes ciudades y multitud de incidencias en todos los ámbitos, volvió el alivio. La oscuridad cedió nuevamente paso a la luz. Poco a poco regresó la normalidad a nuestras vidas.
Lejos de asimilar la situación, mi cabecita loca, estuvo en esas horas, reflexionando sobre lo vulnerables que somos. Cuanto más creemos en nuestra fortaleza, más se empeña el destino en enseñarnos lo errados que estamos, lo que nos queda por aprender y, que la prepotencia, no es la mejor herramienta para lograrlo.
El verdadero apagón. La clase política
Haciendo méritos a su privilegiada condición, nuestra clase política actuó de la forma a la que, desgraciadamente, nos tiene acostumbrados. Desconectó hace mucho tiempo la prestancia y el saber estar; los buenos usos. Se han transformado en una caterva grotesca que solo profieren insultos a sus rivales; han perdido el interruptor de su labor de servicio. Olvidaron que su trabajo consiste en servir al pueblo que les eligió en las urnas y, con su trabajo común, lograr el bienestar, la convivencia pacífica y el progreso del país y sus ciudadanos.
Fundieron el fusible que se les entregó; entre golpes de pecho y el consabido “y tú más” piden a gritos la dimisión del contrario, en un “quítate tú, para ponerme yo“. Saltan chispas en reuniones parlamentarias, asambleas municipales o de cualquier índole.
Apagando verdades, encendiendo patrañas
Por contra, se enciende el generador de bulos y desinformaciones, que logra enfangar más una sociedad en alta tensión, ya enfrentada por sus desmanes. Y entre agravios y reproches olvidaron a las miles de personas abandonadas en trenes y otros transportes, dejándolos a su suerte. Muerden, de nuevo, la mano que les da de comer…
Cara y cruz de una desconexión
Y, hablando de suerte… gracias a todos esos militares, bomberos, policías y guardias civiles, que estuvieron ahí, para salvarnos del desastre. Al personal sanitario y tantos profesionales que dan lo mejor de sí, para ayudarnos cuando a nuestras vidas llega un corto circuito.
Apagón y sociedad tecnológica
Vivimos en un mundo excesivamente tecnológico, en el que hemos abandonado lo básico; cambiamos el contacto humano por las redes sociales y las apps de mensajería. La paciencia “se va a cero” cuando ocurren situaciones imprevistas. Nos fundimos igual que nuestros dispositivos si tenemos que actuar sin un aparato de por medio, lo que dice mucho de un colectivo y su relación con la tecnología.
Nuestra dependencia de teléfonos móviles, ordenadores y demás, en un mundo global e hiperconectado es muy valiosa; siempre que no dejemos de lado lo mejor de cada uno: la capacidad de conectar con los demás, la empatía, y la increíble resiliencia del ser humano para sobreponerse a las adversidades.
Desconexión de lo esencial
A veces, desenchufamos las oportunidades que nos da la vida, por miedo al fracaso, a luchar por aquello que queremos. Nos conformamos con el “no puede ser”, nos acomodamos para no sufrir.
Cortamos los cables de la otra realidad; vivimos engañados en un mundo hipersexualizado, de “influencer”, personajes grandilocuentes y falsos profetas, en todos los ámbitos. Obviamos la esencia y nos quedamos con lo mundano y efímero.
Hay que hacer una profunda reflexión y canalizar esa energía tan extraordinaria con la que nacemos, para pensar que, aunque fluya la corriente eléctrica, la cobertura móvil, la radiación de los satélites o cualquier otra, si no actuamos y recuperamos los valores fundamentales, nuestra sociedad también se terminará fundiendo.
Aprendizaje y necesidad de reconexión
En lo personal ¿Qué he aprendido de todo esto? Siendo sincera, tengo la misma dependencia de lo eléctrico y electrónico que los demás. Me fascina la tecnología y los grandes logros que, gracias a ella, disfrutamos. Me sentí ínfima y desvalida cuando estaba en una casa yerma y a oscuras sin saber que hacer, al no tener luz ni teléfono. A mi mente inquieta, lo ocurrido le dió que pensar.
Por mi parte, creo necesario volver a conectar a la red de esos ideales. Esa potencia que nos ilumine, vuelva a encender el suministro de todo lo que nos hace únicos. La resistencia es una cualidad no sólo eléctrica, vive dentro de cada uno.
Cada paso cuenta, y al final se hace camino.

Agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que paciente la sostiene. Rabindranath Tagore